domingo, 23 de enero de 2011

¿A que hora es la Revolución?













Venid madres y padres
desde todo el país
y no criticad lo que no podéis entender
vuestros hijos y vuestras hijas
están fuera de vuestro comando
vuestra vieja carretera
envejece rápidamente.
Por favor, salid de la nueva
si no podéis echar una mano
porque los tiempos están cambiando


Hace tres años me compré una guitarra. No era la primera vez. A lo largo de mi vida he intentado varias veces producir música simplemente rodeándome de instrumentos, como si su mera proximidad tuviera el poder de infundirme la ciencia del pentagrama. Por desgracia, no funciona así. Por otra parte, soy un consumidor bulímico de música y habría querido ser capaz de contribuir activamente a la creación de nuevas obras de arte capaces de cambiar el curso de la humanidad. Siempre he envidiado el talento y he tratado de neutralizar la frustración almacenando nociones teóricas y bibliográficas. De hecho, es sabido que los que no sepan practicar, enseñan o critican la teoría.

De todas formas, también esa guitarra acabó pronto encerrada en un armario. He abusado de ella durante varios meses, hasta que, ya completamente desafinada, se volvió incapaz de producir sonidos perceptibles por el oído humano. La simple incapacidad de afinar el instrumento ha detenido una vez más mi curiosidad y la pereza prevaleció.

Al mismo tiempo he empezado a pensar que salir por la noche, sin un objetivo concreto que no fuera simplemente “ver a gente”, era una pérdida de tiempo e incluso emborracharse ya no me parecía una perspectiva tan interesante. Cuando me atrevo, la resaca es una agonía que dura días. He empezado a notar que la barbilla descuidada que durante años me había parecido un grito valiente y desafiante de rebelión, ya me sugería una impresión inquietante de desorden y que era mejor regularla un poco. En mis escuchas la intransigencia cristalina del cuatro cuartos ha sido sustituida progresivamente por sincopas contradictorias y ambiguas. He comenzado a sentirme incómodo con la camisa puesta fuera de los pantalones y por la mañana me he sorprendido erradicando aventureros pelitos negros que intentaban escapar de mi nariz. Cuando escucho la palabra “revolución”, mi cinismo me procura inmediatamente una reacción alérgica. Me interesa la economía. Definitivamente ya no soy un joven.

En cualquier caso, nunca he sido un corazón de león, y ahora, sin duda, soy mucho más cauteloso que hace diez años. Sin embargo, quizás por la cobarde ilusión de que los demás vendrán a resolver mis problemas, me parece vislumbrar algo en el horizonte, o tal vez sea sólo la esperanza de ello. Y después de todo, si Ratzinger puede hablar de educación sexual, yo puedo hablar de los jóvenes.

Apenas nos encontramos al principio. De década, de siglo e incluso de milenio. En muchos sentidos, el siglo XX cerró partidos que estaban abiertos desde hace siglos, desplazando el eje de equilibrio del mundo hacia áreas demográficamente más activas que la anciana Europa. Las minorías residuales de los jóvenes de Italia, España, Francia, Inglaterra, Grecia e Irlanda, compuestas principalmente por personas post-ideológicas, nacidas después de la caída del muro de Berlín, en los últimos meses han comenzado a manifestar por razones aparentemente diferentes pero con un objetivo común: ®existir.

Al margen de la menor difusión del LSD, hay otra gran diferencia con las revueltas estudiantiles del 68. Aquellos chicos tenían un programa. Fue un movimiento anti-autoritario, que aprovechaba la ola demográfica occidental post-bélica y aspiraba a una sustitución en el poder, también sobre base numérica. En cambio, la protesta de la juventud de hoy es una forma de auto-defensa. Más simple, más anárquica, pero tal vez más urgente. Es una guerra para la supervivencia de la especie.

Los anuncios en la televisión alternan promesas de coches inalcanzables, con los que endeudarse para una década, y cremas contra ‘el efecto del tiempo’, dirigidas a personas que jóvenes ya no son, pero quisieran parecerlo. Los adolescentes consumen poco y están fuera del mercado; ya ni siquiera son un target para los publicitarios. Los pocos (porque son pocos, a pesar de que mucho más llamativos) privilegiados se comportan como adultos envejecidos de forma prematura. En los EEUU el 20% de las mujeres que usan Botox tienen menos de 34 años, y entre los 13 y 19 años se realizaron nueve mil cirugías de mama el año pasado. El futuro, en una sociedad que desea congelar el presente, que le tiene miedo a todo, ya no existe. Ha sido abolido.

El desempleo afecta al 40% de los chicos entre 15 y 24 años en España, el 20% en la zona de París, el 25% en la de Londres. El 29% en Italia. En todas partes, para los jóvenes la precariedad se ha convertido en norma. Millones ya no estudian ni trabajan. Están allí, en la orilla, esperando que algo suceda.

Stéphane Hessel no es un joven. Tiene 93 años. Participó en la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial y fue uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hessel es un anciano señor que escribió un folleto de 32 páginas titulado Indignez-vous!. Tengan la fuerza de indignarse. Ha sido el best-seller del año en Francia. “La razón básica de la Resistencia era la indignación. Nosotros, los veteranos de ese movimiento, pedimos a la generación más joven revivir los mismos ideales”.

El pasado 17 de diciembre en Sidi Bouzid, una pequeña ciudad de Túnez, la policía se incautó del banquete de frutas abusivo de Mohamed Bouazizi, de 26 años, licenciado. El joven protestó y le abofetearon. Luego Mohamed escribió un mensaje en Facebook y una carta a su madre. Le pidió perdón con esta frase memorable: “Dirige tus reproches a nuestra época, no a mí”. Entonces se presentó delante del edificio del gobierno, se roció con gasolina y se prendió fuego. Ha sido el comienzo de una revolución.

Túnez, igual que Albania, es parte de un mundo regido por ancianos; sin embargo, a diferencia de Occidente, aquí los jóvenes son la mayoría y lo que se puede perder sigue siendo menos que lo que se puede ganar. Es a partir de ahí, entonces, que irremediablemente deberá empezar el cambio. Que involucrará a todos. A pesar de que parezca lejano o improbable, recordémonos que hasta el día antes es imposible saber cuándo se alcanzará y superará el nivel de aguante.

De modo que, como se decía en aquella película: “¿A qué hora es la revolución? ¿Será mejor venir comidos o en ayunas?”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario