lunes, 21 de junio de 2010

La Vocación














En la fantasía del mundo del trabajo, ya no existen sólo las tristes y grises categorías de campesino, obrero y profesional, sino toda una selva de posibilidades que se abren ante los jóvenes que cruzan el umbral de la independencia económica en busqueda de su camino.

Entre los puestos de trabajo más amenos con los que me he topado, como frecuentador compulsivo de webs como Infojobs, sin duda merece una mención la de probador de condones. “Se busca probador o probadora de productos Durex”. El conocido fabricante de preservativos buscaba a dos adultos que, después de asistir a las clases online (me imagino que la plataforma de estudio debía de ser YouPorn), completar un cuestionario y pasar una selección, habrían recibido como premio un suministro anual de productos. Cinco mil euros para gastarse en viajes, y la oportunidad de convertirse en consultores de la empresa.

Sin llegar a estas perspectivas profesionales, debo admitir que en mi experiencia personal como vendedor de mi tiempo, he podido enfrentarme a hipótesis de carreras brillantes. Hace unos meses estuve doce horas encerrado en el sótano de un hotel doblando cajas de cartón. En otra ocasión dediqué dos días de mi preciosa vida para cuidar la incolumidad de un coche de Fórmula Uno. Me quedé horas plantado como un guardia real. No se acercó nadie, pero yo y el coche aún nos escribimos. También traté de vender mi pelo a una escuela de peluqueros y me descartaron por caspa. Hice de fotocopiador a destajo y llegué a encarnar al ‘muelehuevos’ que te para por la calle para venderte un paquete de servicios de telefonía. Aguanté dos horas. A la décima palpada a los muslos de mi compañera ocasional, por mano de mi “instructor”, me fui indignado, al sentirme ignorado por el jefe…

En cambio, me he dado cuenta de que tengo una verdadera vocación para la profesión de segurata. Ustedes no me ven, pero les puedo asegurar que no poseo precisamente le fisique du role para el oficio. Sin embargo, trabajé durante cinco meses, con gran éxito y satisfacción, como taquillero-segurata en una lugar nocturno de Barcelona. Tuve que dirimir espinosas batallas étnicas, aplicar delicados ejercicios de psicosociología y resistir heroicamente a flagrantes acosos sexuales (Clienta americana que quiere entrar: “No tengo dinero”. Yo: “Lo siento, no puedo dejarte entrar”. Clienta: “¿Seguro? ¿Que no te mola el sexo oral?”. Yo: “Umm, buff, buffl, ummm, ohh…”. Mi experto colega a mi rescate: “Depende de qué boca”.) Por cierto, también soy el moderador de unos chat de deporte. Yo decido quién puede hablar, quién ya no puede entrar, quién está suspendido. En práctica se trata del mismo oficio. Que, total, es lo que hace también San Pedro. Segurata del Paraíso. Así que, en fin, un oficio bastante prestigioso.

Pero, probablemente, la parte más emocionante de la búsqueda de trabajo siguen siendo las entrevistas. Hace un tiempo me presenté a una selección para estos oficios posmodernos, de los que te explican que tiene mucho que ver con internet, muchísimo con el inglés y bastante con la cara dura. Sin embargo, es prácticamente imposible llegar a saber algo un poco más preciso. Paso la primera selección en agilidad. Me entrevista una chica italiana, que, como siempre, se queda fascinada por mi mirada magnética.

Al respecto, me acuerdo también de una vez en que mandé al carajo un buen trabajo, porque me entrevistó una chica hermosa y lanzó la fatídica pregunta: ¿Cómo te ves de aquí a cinco años? Le contesté con ojos soñadores : “Voy a ser escitor”. ¡Oh-Oh-Oh! “Lo sentimos, chaval, estamos buscando a una persona seria…”. Nunca hay que perder de vista el objetivo: el curro. Y no las sábanas de quién te esté entrevistando.

De todos modos, volvamos al trabajo posmoderno. Tengo que enfrentarme a una segunda prueba, esta vez escrita. Y también la paso de un salto. Así que me convocan para una tercera selección, y ya la cosa me hace enojar. ¿Pero cuántas veces debe ser seleccionado y examinado un pobre hombre para un trabajo de mono y encima mileurista? Bueno, me enfrento a la nueva prueba con mi habitual locuacidad, pero la experiencia en seguida me dice que se trata una de esas formas esotéricas de selección de personal, de las cuales casi nunca salgo ganador. Me ha ocurrido más veces y casi siempre he acabado estropeándolo todo. Esta vez trato de resistir y demostrarme amable. De modo que me trago, como si fueran normales, preguntas como: ¿Cuáles son sus puntos fuertes y débiles? ¿Usted se tiene respeto? ¿Usted se ama? Además del súperclásico: ¿Cómo se ve de aquí a cinco años? Pero esta vez le digo lo que quieren oír: “Me veo aquí, en la empresa, crecido profesionalmente”. ¡Bingo! Ya lo tengo.

Entonces mi entrevistadora me pide que escriba una carta de presentación. Yo, con mucha cortesía, le hago notar que ya había escrito una y que además la veo ahí delante, encima de mi expediente. Sin embargo, me dice que tengo que escribir otra, a mano, porque será examinada por el grafólogo. ¡¿El grafólogo?! Ahora mi cara me delata. Hay cosas a las que mi raciocinio se rebela. Aun así me obligo a escribir dos tonterias (entre éstas, que me gustaría trabajar en la empresa, porque así podría tumbarme en el césped que rodea el edificio durante el almuerzo…). Me despido como todo un caballero y me largo.

El director alemán Werner Herzog se dirigía a los aspirantes a cineastas con estas palabras: “En lugar de asistir a una escuela de cine, salid al mundo real, ir a trabajar como segurata en un sexclub, en un hospital psiquiátrico o en un matadero. Vayan caminando, aprendan idiomas, un oficio o una profesión que no tenga nada que ver con el cine. El cine debe tener en la base una experiencia de vida. Gran parte de lo que aparece en mis películas no es una invención, es la vida misma, mi vida”. Lástima que no tenga ambiciones cinematográficas, porque deduzco que voy por el buen camino, si, entre otras cosas, tampoco conduzco.

martes, 15 de junio de 2010

Perdidos en el Golfo














No se puede permitir al Humo Negro salir de allí. Propagarse, invadir el mundo y causar su destrucción. Hay que reponer el tapón.

Es cierto, por desgracia, que el ingenioso intento de absorción, llevado por salchichas formadas de calcetines de nylon rellenos de cabellos y pelo de animales, generosamente donados por los americanos, no solucionaron el problema. Mejor, mucho mejor, las salchichas sintéticas. ¿Hechas con qué? Pues con petróleo. Quien es causa de su dolor, que se llore a si mismo, podría decirse.

2.400.000 litros por día de Humo Negro están saliendo desde la fosa de Macondo, en el golfo de México, a 1.500 metros de profundidad. Todo rigurosamente televisado en directo mundial gracias a las spill-cams, que registran un audiencia récord. Es normal. De hecho, nos estamos acercando al final de la temporada. Cámara fija y el Humo Negro que sale y se extiende, corrompiendo la naturaleza y el alma. Público absolutamente hipnotizado.

Deepwater Horizon es la estación, creada en 2001 por la (Iniciativa) British Petroleum, que explotó hace dos meses provocando este nuevo fin del mundo. Tal vez habría tenido que volarse con una bomba nuclear. ¿Por qué nadie pensó en la atómica? ¿Dónde están los norcoreanos cuando se necesita una buena idea? En realidad, el asunto se resolvería sólo, si se lograra crear un universo paralelo donde nada de esto hubiera pasado. El incidente del 20 de abril, cuando todo comenzó, no habría ocurrido nunca. Si se pudiera volver atrás en el tiempo, se podría intervenir para prevenir todo esto.


Pero no puede ser. Lo que pasó, pasó. Ahora, lo cierto es que necesitamos a un candidato. Una persona que se sacrifique, baje y reponga el tapón, para que la luz de la vida no se apague y el Humo Negro se quede atrapado en las entrañas de la tierra. ¿Pero quién? Barack Obama ya no tiene la fuerzas para salvarnos de la situación. No puede intervenir directamente. Es necesario que el Elegido encuentre en sí mismo el valor para cumplir con la ingrata tarea.

De mientras, en la superficie, trece barcos constituyen la ridícula flotilla que pretende encarcelar el Humo Negro. No saben que el juego es mucho más grande que ellos.

Todos los que parecían candidatos perfectos, gradualmente han ido perdiéndose. Han sucumbido al Mal. Antes fue la Cúpula de aspiración grande, luego la Cúpula de aspiración pequeña. Todos intentos sin éxito. Así llegó el turno del Tubo, o mejor dicho, el Gran Jeringón, que luchó con valentía contra el enemigo, consiguió contenerle, pero que no pudo resolver la situación. O sea, reponer la tapa.

También se enfrentaron al Humo la sierra con hojas de diamante y las Tijeras Gigantes. Nada. Todos sus nombres fueron tachados inexorablemente uno por uno de la pared de los candidatos.


Incluso Top Kill ha fracasado. No era su destino. Sus cualidades son indiscutibles, pero todos vivimos para cumplir con una tarea única y específica. Sin embargo, Top Kill tuvo el merito enorme de hacernos conocer la falibilidad de hormigón armado. Acabó con un mito. Nos llevó al abismo y estábamos seguros de que él era el Elegido. El nuevo protector de la vida sobre la Tierra. Pero no fue así. Él también se rindió.

Ahora la situación se ha vuelto aún más crítica. Empiezan a hundirse los bastiones costeros. El viento se hace violento. Ésta es tierra de huracanes. El científico Kerry A. Emanuel, profesor del MIT, está convencido de que el petróleo puede tener efectos deletéreos y favorecer la difusión de los huracanes. De hecho, una evaporación inferior del agua, debida a la mancha, podría conducir a una subida de la temperatura del mar. Y más calor que se eleva hacia el cielo podría ampliar los frentes nubosos de los huracanes, con consecuencias poco atractivas. De modo que el Humo Negro se encontrará con valiosos aliados en su camino de huida.

Tal vez, sólo un hombre de buen corazón, tras haber derrotado a sus demonios y aceptado su destino, dejando de lado la racionalidad y cumpliendo un acto de fe, podría aún salvar al mundo. Sacrificándose para dar un sentido a su existencia.

Todavía hay un rayo de esperanza, aunque la situación se haga cada vez más crítica. De todas formas, ¿quién nos asegura que el Humo Negro, detenido en el golfo de México, no acabe encontrando otra salida, digamos, por ejemplo, en un agujero islandés? La lucha en contra del Mal será eterna.


Acabo de aterrizar. El avión esta vez ha bailado un poco. He temido lo peor, aunque, evidentemente, ya había individuado entre los pasajeros el calvo con el parecer más hierático y tranquilizador. En caso de que sobrevivamos, me dije, no me separaré de él. Él sabrá qué hacer. Es una precaución que voy tomando desde hace unos seis años cada vez que vuelo.

Sin embargo, ya pasó. No tengo nada de que preocuparme, a parte de haber tenido uno de los sueños más SEO oriented de los últimos años. La salvación del planeta, en cambio, no está dentro de mi alcance.

martes, 1 de junio de 2010

Malos maestros














Finalmente aquellos egoístas que son los alemanes se han convencido a salvar la pobre Grecia, armando un enorme escudo de miles y miles de millones de fantaeuros, ya sea porque no se entiende muy bien de donde sale este dineral. Tiene pinta de ser un poco como con los carteles que advierten de la presencia de un sistema de cámaras de seguridad para asustar a los ladrones, cuando, en realidad, como mucho dentro podrás atropezar en unas trampas para ratones. A parte, esto de solucionar las deudas endeudándose mucho más, todavía es un mecanismo que me resulta un poco hostil… Que, si no fuera para la piel del Marco… perdón del Euro, mística entidad a la cual, como es notorio, estamos todos muy aficionados, a los amigos del sirtaki posiblemente ya les habríamos dejado navegar a la deriva, hacia una más natural colocación medioriental. Total, la historia nos enseña que es mejor no confiar en los griegos y en sus promisas de rectitud, que todavía en Troya no pueden ver a un caballo.

De todas formas, la desconfianza hacia Grecia es más bien la desconfianza hacia todos los países del Mediterráneo, los así dichos países del Club Med. Sin duda, una denominación más respetuosas que la otra de PIGS, acrónimo, muy eficaz desde el punto de vista semántico, de Portugal, Irlanda, Grecia y España, con el cual los economistas individúan los eslabones débiles de la cadena europea. Evidentemente muchos objetan la falta de una I, la de Italia, como pleno miembro del club de los pícaros cerditos de Eurolandia.

De hecho, es curioso como entre Italia y España, desde hace años, se ha instaurado un singular síndrome del espejo. Si uno goza, el otro llora y viceversa. Mi condición de emigrante (de Italia) e inmigrante (a España), me vuelve testigo privilegiado de este fenómeno. Hace un par de años (en el 2 a.C., o sea, ante Crisis) cuando volvía a Italia, todo el mundo me miraba como, posiblemente, le miraban a Colón cuando volvió de las Américas. Era todo un: “Que suerte que tienes, allí en España si que saben como hacer las cosas, a nosotros ya nos han dejado muy atrás”. Y más: “Qué bien ese Zapatero, allí si que se respetan los derechos humanos, los homosexuales se pueden casar y hasta los monos se tratan con respecto…”. Luego, en tierra ibéricas se me acercaban con el orgullo de quien lleva años esperando que llegue su momento para sacarse las satisfacciones: “Oye, he leído que España ha adelantado a Italia en la clasificación del PIB. ¡Seguro que debe joderte muchísimo!”.

Últimamente, en cambio, vuelvo a Italia y todo el mundo me busca (como si fuera el embajador del Gobierno de Madrid) para soltarme con una sonrisita en la cara: “Aquí la crisis es brutal, pero allí en España lo están pasando peor. Ya no nos dan clases, ¿verdad?”. O también, los más informados: “He leído que en España el paro ha llegado al 20%. Jolín, aquí sólo tenemos el 15”. Es cierto que los dos países lucen virtudes comparables. Por ejemplo, en Italia tenemos las mafias, en España ETA; en Italia inventamos el fascismo, pero en España es donde más duró; en Italia domina la corrupción, en España el PP valenciano; en Italia Berlusconi, en España… pues no, aquí ganamos nosotros, por mucho que Zapatero se empeñe. Y así, como si siguiéramos una guerra entre pobres.

Tal ve habría que dejar las escaramuzas entre vecinos y mirar un poco más allá, hacia problemas y soluciones de tipo cultural, antes que numérico. La impresión es que nos estemos meciendo dentro de un complejo de inferioridad que se retroalimenta de manera recíproca.

Agencias de calificación privadas, como Moody’s o Standards & Poor’s, nos han explicado, hace unos días, que los bonos de estado griegos ya no son más que basura, y que los portugueses, bueno, digamos que están en fase de putrefacción. También han rebajado la nota de solvencia española (pues sí, la misma España del milagro económico, portada de las revistas de economía de los últimos diez años), con consiguiente pánico español y alegría italiana.

Ahora bien, seguir entregando el propio destino y dinero (a menudo la misma cosa) a las profecías disparadas urbi et orbi de las agencias de calificación es, más o menos, como pedir a Freddy Kruger que nos lea un cuento de hadas para dormir. Esos oráculos de Delfos (para seguir con la partitura griega) de la macroeconomía han fallado descaradamente y de manera sistemática todas las previsiones a que se han aventurado en los últimos cinco años (si hubiesen acertado no estaríamos en crisis, me imagino…). Es cierto que los analistas se basan, para juzgar los balances, en datos proporcionados por los estados y las empresas, así que si estos les venden caspa por azúcar, no podrán certificar otra cosa que su dulzura. Sin embargo, se espera que los profesionales posean alguna herramienta más que nosotros para desenmascarar las mentiras de contabilidad de directivos y burócratas. Confiar en ellos puede que satisfaga la necesidad muy humana de encontrar respuestas y culpables. Así, por otra parte, también se explica el éxito global de otras dicotomias imaginativas como las de Dios y Satanás, o del Reich milenario y del complot internacional demoplutocráta, judío y masón.

Para mí, las capacidades creativas de estos camellos de verdades no son inferiores a las de J.R. Tolkien. Lo digo con sincera admiración.