
He leído, con (falsa) consternación, que durante este verano se repitió el curioso fenómeno por el cual algunos jóvenes muy brillantes mueren cayendo desde los balcones de sus hoteles en el intento genial de tirarse a la piscina. 'Balconing', le han nombrado los periódicos. Mis reacciones a noticias como ésta son diferentes. En primer lugar me pregunto por qué se sigue insistiendo en la procreación cuando es obvio que nuestra especie ya ha dado todo lo que podía. Quiero decir, los signos de la decadencia son muchos. El ser humano está cansado de la hegemonía planetaria. Tenemos que admitir honestamente y con serenidad que los milenios pasan para todos, y que, después de la rueda, de la penicilina y del gazpacho, el empuje propulsor de la humanidad se ha agotado. Ahora parece claro que ha llegado el momento de pasar el testigo a los mapaches, o a las palomas, o a cualquiera que sólo tenga algo más de sentido común.
Pero lo que más me molesta de todo este asunto es el mal gusto morfo-semántico de nuestros tiempos. ¿Cómo se puede aceptar pasivamente, con un simple encogimiento de hombros, que nos dispararen violencias lingüísticas como la de balconing? Entiendo las dificultades de definir con una sola palabra una acción que resume sola toda la parábola menguante de la raza humana. Sin embargo, algo mejor se habría podido encontrar. Por lo menos, intentar mudar el enfoque semántico desde el medio, el balcón, al concepto, la imbecilidad. Tal vez ‘imbeciling’ habría sido más apropiado. También para los padres: debe ser bastante humillante un certificado de ‘muerte por balconing.
En realidad no soy tan ortodoxo como parece respecto al tema del desarrollo del lenguaje. Es cierto que me encanta presumir de un buen dominio lexical y de vez en cuando desenterrar del cementerio de las palabras algún artículo antiguo. Pero mi único objetivo es impresionar narcisisticamente a mis interlocutores, y no defender el statu quo lingüístico. Sería una lucha perdida antes de empezar y yo, afortunadamente, no sufro del mito romántico de la derrota.
Sin duda puedo decir de estar en contra de la apertura imprudente e indiscriminada de las fronteras. Siempre es bueno mantener algún guarda, armado o no. Algún segurata que revise el pasaporte de las palabras extranjeras, realice pequeñas investigaciones sobre las familias de proveniencia, verifique que no tengan intención de robar el trabajo (y las mujeres…) a ‘nuestras’ palabras, las cuales aún están ahí, olvidadas o en el paro, tal vez un poco flojas, pero todavía potencialmente muy útiles. Simplemente hay que creer en ellas, darles confianza. Sin embargo, al mismo tiempo debemos demostrarnos abiertos a las nuevas ideas.
La contribución innegable de los que provienen de una cultura diferente puede enriquecer nuestra sociedad, mostrarnos mundos que no imaginábamos y abrirnos nuevas posibilidades. Hay que ser tolerante con los ‘neologismos buenos’, los que nos aportan algo realmente nuevo, que no habíamos podido ver. El racismo lingüístico es signo de miedo y debilidad. Debemos tener el valor de admitir que el lenguaje cambia, no empeora ni mejora, sino que simplemente muda, dependiendo de quién lo utiliza y del medio con el cual se propaga. El 3 diciembre de 1992 fue enviado el primer sms de la historia. Actualmente se mandan casi 7.000 millones al día. Al móvil se ha añadido Internet, con la difusión del correo electrónico y de las redes sociales. La red es una fuente de neologismos, acrónimos y anglicismos maravillosos que buscan a un ‘ciberpueblo’ que les ame y que no les juzgue sólo por el color de sus letras. De hecho, me parece extraordinario que finalmente se sepa cómo definir el concepto de “madre atractiva de nuestro mejor amigo, a la que la plena madurez ha donado un encanto y un sex-appeal (palabra inmigrante ya plenamente integrada en nuestra sociedad) que avergonzaría a las mayoría de las veinteañeras aulladoras de nuestros días”. Ya no hay más dudas o innecesarios despilfarros de palabras. Amigo mío, ¡tu madre es una hermosa MILF!
No hay mucho que hacer. La digitalización ha substituido a la grafía y las teclas de las que disponemos cada vez se hacen más pequeñas. Ganarán ellos. Y con razón. Incluso los que ahora consideramos errores, si son capaces de hacerse un hueco en la práctica, se volverán norma y no hay por qué desesperarse. Así es como nacen las nuevas palabras: desde el error, el malentendido, el deslizamiento de significado. La escritura se está oralizando y esto conlleva una nueva dimensión de inmediatez, aceptación del error, predominio de la síntesis y de la simplificación, e inclusión de los aspectos afectivos (entonación en la oralidad, emoticones en la escritura). No es un drama. O, más bien, no es este el drama. De hecho, si existe un problema, es el empobrecimiento cultural, que no está vinculado a los medios de comunicación. Si la política se simplifica, si se rebajan las inversiones en las escuelas, si la sociedad viene orientada hacia un consumo de bienes que no prevé formas de consumo cultural, luego no es pensable culpar a los sms si la gente ya no piensa. El anacronismo es un error que ya no nos podemos permitir. Los cambios culturales y sociales se han acelerado demasiado para resistirse
Ni siquiera se puede hipotetizar la acción normativa de un organismo superior para la tutela del idioma. Una intervención de la Real Academia Española (Rae) sobre el lenguaje del chat tendría tanto éxito como una de la Academia de Cine sobre la grabación de escenas con el móvil. Por ejemplo, la Rae propone decir ‘bitácora’ en lugar de ‘blog’ y ya ven el caso que le hacen… Si habrá alguien dispuesto a luchar para defender ‘bitacora’ le admiraré por el valor, pero que no se espere ninguna ayuda por mi parte. No merece la pena.
En resumen, se debería intentar no arrugar la nariz y demonstrarse tolerantes. La razón está en el bando de quien acepta el cambio. De lo contrario se corre el riesgo de acabar como el Vaticano, que hace unos años inauguró el primer y único cajero automático en latín: Inserito scidulam quaeso ut faciundam cognoscas rationem. Eso sí que es ser capaz de mantenerse firme ante el paso de los tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario